Sólo una noche.
(Domingo, 17 de julio, 2011).
Nos duchamos juntos, la primera vez que lo hacía, estaba rojo de la vergüenza, nos enjabonábamos, nos mirábamos, me sonreías y yo me avergonzaba. El agua recorría todo nuestro cuerpo, era uno sólo en ese instante. Tus manos, como el agua, viajaban por mi pálido y delgado cuerpo. Al salir nos secamos el uno al otro, me besaste la frente rebosando ternura y yo te besé la mano mostrándote mi amor y mi respeto. Me diste la mano y caminamos descalzos, con la toalla enrollada en la cintura, hacia la habitación. Una tenue luz apenas iluminaba toda la habitación y un silencio casi sepulcral inundaba la casa, me paraste, agarraste mi cabeza entre tus manos y observaste mi rostro, besaste mis jóvenes labios, te encantaba verme con esa iluminación…, tu mirada era tan potente y sincera que apenas podía yo aguantarla, me causaba rubor.
Comencé a temblar de frío, me pasaste la toalla por la cabeza una última vez y, uno al otro, nos ataviamos con dos simples calzoncillos. Me abrazaste hasta llegar a la cama, allí, tu brazo sobre mis hombros, mi mano izquierda asía la tuya, tu mano derecha acariciaba suavemente mi cara, la mía, tu pecho…
Nos mirábamos de vez en cuando, nos besábamos también, no era el turno de las palabras, acalladas por el palpitar de nuestros corazones, era tiempo de mutismo, de amor, amor sentido, amor demostrado más que dicho. Se nos hizo tarde y el alba llamaba a nuestra ventana, otra noche en vela juntos.
Dormimos…
Al despertar con el radiante sol del mediodía inundando la habitación no te sentí a mi lado, tu zona al tacto estaba fría, abrí los ojos, la habitación no parecía la misma, estaba confundido por el recién despertar…, la habitación no era la azul de anoche. No estabas a mi lado, entonces comprendí, me di cuenta. Todo lo que nos pasó anoche, sólo lo había yo soñado.
Soñé, dormí, desperté…, lloré.