Crecí.
Crecí mirando por la ventana, apoyado en sus bastidores, sintiendo el sol abrazando mi piel y el viento susurrando en mi oídos mientras movía mi cabello. Crecí buscando en la calle gente interesante, mirando los edificios cercanos husmeando en vidas felices.
Crecí imaginando que los jardines de mi bloque eran un exuberante bosque en el que encontrar un remanso de paz. Crecí suspirando por una vida mejor, por no encontrarme en una deprimente casa, hacinado, con ganas de volar...
Crecí en una familia desestructurada, con una madre enferma y tres hermanos enfermantes, sin la figura de un padre, sin casi amor, sin casi atención..., sin casi querer vivir.
Crecí siendo homofexible, juzgado, escondido, con furtivas visitas a sitios donde me sentía algo más libre, aquellos chats en los que estaba a disposición de veinteañeros burlones, de cuarentones pedófilos y de niños en mi misma situación.
Crecí bajo el influjo de una religión milagrera, fetichista, una religión ceremoniosa, pidiéndole ayuda a mi Dios, sin entender por qué no me hacía caso, ¿me había portado mal?
Crecí bajo el influjo de una religión milagrera, fetichista, una religión ceremoniosa, pidiéndole ayuda a mi Dios, sin entender por qué no me hacía caso, ¿me había portado mal?
Crecí buscando salidas, luchando a contra corriente, con desgana y falta de fuerza, crecí débil, famélico, depresivo, melancólico, taciturno. Crecí con la lentitud del recuento de minutos y horas pero con la rapidez del paso de los días.
Crecí, sin darme cuenta y sin disfrutar, rápido, crecí.